El otoño marca el inicio de una de las tradiciones más queridas por los amantes del campo: la recogida de setas. Con las primeras lluvias y las temperaturas suaves, los bosques se llenan de vida y color, y también de buscadores pacientes que recorren los senderos con la ilusión de llenar su cesta. Buscar setas no es solo una afición gastronómica; es también una forma de conectar con la naturaleza, de aprender a observar y de disfrutar del silencio del bosque con respeto y atención.
Sin embargo, salir a por setas requiere algo más que suerte. Hay que conocer las especies, tener un mínimo de equipo adecuado y, sobre todo, actuar con responsabilidad. Cada detalle cuenta para que la experiencia sea segura, agradable y sostenible.
El equipo básico para salir al monte
Lo primero es elegir bien el material. La comodidad y la seguridad son esenciales, y la ropa debe adaptarse al terreno y al clima. Lo ideal es vestir en capas, usar botas impermeables y llevar un bastón si el terreno es irregular. Pero el elemento imprescindible de cualquier jornada micológica es, sin duda, la cesta.
Las cestas de mimbre siguen siendo el mejor recipiente para recolectar setas. No solo por su encanto tradicional, sino por una razón práctica y ecológica: permiten que las esporas se vayan dispersando mientras se camina, contribuyendo así a la regeneración natural del bosque. Además, ventilan bien y mantienen las setas en perfecto estado, algo que no ocurre con las bolsas de plástico, que las apelmazan y estropean.
Una navaja pequeña con cepillo en el extremo ayuda a limpiar la tierra del pie de cada ejemplar antes de guardarlo, evitando que se mezclen restos de barro o hojas. Y aunque no es imprescindible, un pequeño pincel o cepillo de mano puede resultar útil para repasar las setas antes de guardarlas.
Respeto por el entorno y por las especies
Salir al monte con una cesta al hombro implica una responsabilidad. Los hongos son un elemento esencial del ecosistema y, si se recolectan sin cuidado, se puede alterar su reproducción. Conviene cortar las setas con delicadeza, sin arrancar la base ni remover en exceso la tierra.
Otro punto clave es la identificación. Nunca se debe recoger una especie que no se conozca bien. Existen decenas de variedades comestibles, pero también otras muy parecidas que pueden resultar tóxicas. Si hay dudas, lo más sensato es no cogerla o pedir ayuda a una asociación micológica local. Hoy en día hay guías y aplicaciones móviles bastante fiables, pero ninguna sustituye la experiencia de un experto.
También es importante ser respetuoso con los demás. Los bosques son de todos y no hay nada más desagradable que encontrarse con restos de basura o zonas removidas como si alguien hubiera pasado con un rastrillo. Buscar setas es una actividad que funciona mejor cuando se practica con paciencia y sentido común.
Cómo cuidar y transportar la cosecha
Una vez recogidas, las setas deben tratarse con cuidado. Lo ideal es separarlas por tipos y no mezclarlas si no se está completamente seguro de su identificación. Al llegar a casa, conviene revisarlas una por una, retirar cualquier resto de tierra y limpiar suavemente con un paño húmedo o un pincel. Nunca deben lavarse en exceso, ya que absorben agua y pierden su textura.
En cuanto al almacenamiento, lo mejor es guardarlas en un lugar fresco y ventilado si no se van a cocinar de inmediato. Algunas especies pueden conservarse deshidratadas o congeladas, pero siempre después de un tratamiento adecuado. De este modo se evita desperdiciar un producto que, además de delicioso, es fruto de una recolección responsable.
Las cestas para recoger setas son un símbolo de esta práctica sostenible. Representan la forma tradicional y correcta de hacerlo: sin dañar el entorno, sin sobreexplotar las zonas de crecimiento y con el mismo respeto que se tendría al entrar en un huerto ajeno.
Disfrutar de la naturaleza con respeto
Más allá del sabor y del orgullo de encontrar un buen níscalo o una amanita cesárea, lo que hace especial esta actividad es el contacto con la naturaleza. La recolección de setas es una excusa perfecta para desconectar del ritmo urbano, respirar aire limpio y observar los cambios del paisaje. Cada especie, cada color y cada olor cuentan algo sobre el bosque y su salud.
Por eso, quienes salen cada temporada no lo hacen solo por llenar la cesta, sino por la experiencia completa: el paseo, la calma, la observación. En un mundo donde todo va demasiado rápido, detenerse a buscar setas es casi un ejercicio de atención plena. Y hacerlo con respeto, siguiendo las normas básicas y cuidando el entorno, garantiza que esta tradición pueda seguir disfrutándose durante muchos años más.



