Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 2 segundos
FERNANDO J. LUMBRERAS
Ver a Roberto Carlos en vivo es reencontrarse con esos cantautores de la «vieja escuela» que no solo no se olvidan, sino que gozan del privilegio de la atemporalidad. A casa llena llegó el brasileño para entregarse y entregarnos. A sus 83 años, atesorando incontables triunfos en escenarios de todo el mundo, Roberto Carlos sigue disfrutando de ese momento solemne de compartir canciones con su público. Nosotros (y este que escribe no es una excepción) continuamos cantando esas líneas inmortales acaso como si se hubiesen acabado de escribir.
De blanco inmaculado salió a escena con aire de crooner latino y con la segunda de las canciones, Qué será de ti, nos dejó con la certeza de que iba a ser una noche de encuentros con no pocas sensaciones. No nos equivocamos. El cantautor y la persona navegaron juntos minuto a minuto, canción a canción.
Atesorando récords y dejando en cada escenario un aluvión de éxitos, Roberto Carlos le ha cantado al amor en sus muchas facetas: al cortés, al apasionado, al anhelado, al místico incluso. Con un pop solemne y a veces incluso épico, ha firmado canciones que son himnos intergeneracionales con los que es muy difícil identificarse.
Qué echamos de menos anoche. Sinceramente, nada (tal vez Un millón de amigos, que no interpretó). Porque la actuación fue muy completa, la música extraordinaria y la nostalgia ya la llevábamos a flor de piel. Y si de flores se trata, fueron muchas las que repartió a un público que coreó cada historia, cómplice de las anécdotas que el brasileño deslizó entre canción y canción.
Roberto Carlos es una cantante para disfrutar escuchando con atención cada detalle, un icono con relumbrón que sabe dosificar con maestría melodía y ritmo hasta tal punto que no podemos explicar la música latina del siglo XX sin nombrarle. Puro arte.