FERNANDO J. LUMBRERAS
En la esquina de las propuestas gastronómicas originales, allí donde las tradiciones se reinterpretan y las recetas viajeras se convierten en identidad propia, aparece Puccias, un proyecto que ha sabido traer a nuestras mesas un pedazo del sur de Italia, pero con un acento local muy marcado. La palabra “puccia” quizá aún resulte desconocida para muchos. Nace en Apulia, una región en la punta del tacón de la bota italiana, donde el pan se convierte en cultura, en paisaje y en símbolo de comunidad. Se trata de un pan redondo, de miga ligera y alveolada, horneado con la fuerza de los hornos de leña y concebido para ser abierto, rellenado y convertido en un festín portátil. Su origen es humilde: la necesidad de un alimento contundente para los campesinos y pescadores, fácil de llevar y resistente a las largas jornadas de trabajo. Sin embargo, como tantas creaciones populares, acabó convirtiéndose en un tesoro gastronómico, capaz de abrazar todo tipo de ingredientes y de mostrar, en cada bocado, la identidad de una tierra.
Puccias ha tomado esa tradición y la ha instalado en el corazón de nuestra ciudad con una carta que juega entre lo mediterráneo y lo cosmopolita. Lo que sorprende en primer lugar es la fidelidad a la idea original: aquí la protagonista es la masa, ese pan que no es solo continente, sino también esencia. No es un simple soporte para los rellenos, sino que aporta textura, aroma y personalidad. En Puccias lo hornean cada día, con mimo, logrando un pan crujiente por fuera y esponjoso en su interior, perfecto para recibir combinaciones que se mueven entre lo clásico y lo creativo.
La carta es un recorrido delicioso que permite viajar sin moverse de la mesa. Desde propuestas con inspiración italiana, como la puccia de mortadela con pistachos o la de prosciutto, hasta opciones más audaces, donde los sabores locales y las tendencias internacionales encuentran un lugar común. Una de las virtudes de este concepto es su versatilidad: admite embutidos, quesos, vegetales, carnes o incluso opciones marinas, y cada combinación revela una historia distinta. Se percibe un esfuerzo por mantener la autenticidad del producto original, pero sin miedo a actualizarlo ni a dotarlo de un lenguaje propio, cercano al paladar urbano actual.
Lo más interesante de Puccias es que no se queda en la simple traslación de una receta extranjera, sino que busca un equilibrio entre tradición y modernidad. En algunos de sus rellenos se percibe la influencia española, con productos que forman parte de nuestra despensa habitual. Esto no solo acerca el concepto al comensal, sino que también lo enriquece: la puccia se convierte así en un puente gastronómico, en una metáfora de lo que significa la cocina mediterránea, siempre mestiza, siempre abierta a nuevas interpretaciones. Y es que, al final, lo que conquista no es únicamente el sabor, sino la sensación de estar compartiendo un pedazo de historia en un formato contemporáneo.
Otro de los aciertos de la casa es la variedad pensada para todos los gustos. Hay opciones para quienes buscan algo contundente, cargado de proteínas y sabores intensos, y también para quienes prefieren una propuesta más ligera, con protagonismo de vegetales frescos y quesos suaves. Además, han sabido escuchar las tendencias y adaptarse, incluyendo alternativas aptas para vegetarianos y amantes de lo saludable, sin que eso suponga renunciar al placer. Ese guiño a la diversidad gastronómica es, sin duda, uno de los puntos fuertes de Puccias: aquí no se trata solo de comer, sino de elegir un camino dentro de un abanico de posibilidades.
El maridaje merece mención aparte. Si bien la carta de bebidas no es extensísima, sí está cuidadosamente pensada. Las puccias, por su carácter rústico y mediterráneo, encuentran grandes aliados en las cervezas artesanas y en los vinos jóvenes, frescos, que acompañan sin robar protagonismo. Quizá en este terreno todavía haya margen para crecer: una apuesta más amplia por referencias italianas o una selección de vinos naturales podría convertir la experiencia en redonda. No obstante, lo que ofrecen cumple con creces su función, y permite que cada comensal encuentre un compañero de mesa adecuado a su elección.
En cuanto a la experiencia de cliente, Puccias destaca por su cercanía y su ambiente relajado. No es un lugar solemne, sino más bien un espacio pensado para disfrutar sin prisas, para compartir mesa con amigos o familia y dejarse llevar por la sencillez de un concepto bien ejecutado. La decoración acompaña esa idea: detalles que evocan Italia sin caer en el cliché, un aire desenfadado que hace que uno se sienta cómodo desde el primer momento. La atención del personal suma puntos, con explicaciones claras para quienes se acercan por primera vez y con recomendaciones que muestran un conocimiento real de la carta.
Si buscamos puntos débiles, quizá el mayor reto esté en el riesgo de que la propuesta se perciba como limitada. Al fin y al cabo, toda la experiencia gira en torno a un único formato de pan, y dependerá de la creatividad de la cocina mantener siempre viva la curiosidad del cliente. Aquí la innovación constante será clave para fidelizar: nuevas combinaciones de temporada, guiños a productos locales o colaboraciones con otros cocineros podrían aportar dinamismo a una fórmula que, aunque brillante, debe cuidarse de no caer en la rutina. También sería interesante ver una evolución mayor en los postres o en las propuestas dulces, que en la actualidad tienen un papel más secundario.
Con todo, Puccias es una de esas sorpresas que merece ser celebrada. Ha conseguido traer un pedazo del sur de Italia a nuestras calles, dándole un aire fresco y actual. Ha respetado la esencia de un pan que es patrimonio cultural, y al mismo tiempo lo ha convertido en tendencia, en objeto de deseo para quienes buscan algo distinto, sabroso y auténtico. La suya es una cocina que viaja en un pan redondo, que guarda dentro historias de campesinos y pescadores, pero que se abre hoy como una puerta a la creatividad urbana.
Quien se acerque a Puccias no solo encontrará un bocado delicioso, sino también la oportunidad de entender cómo la gastronomía puede ser un idioma compartido. Un idioma que habla de raíces, de mezclas y de futuro. Y que, con cada mordisco, nos recuerda que el placer de comer empieza en la sencillez de un buen pan.


