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Si hay un instrumento que reúne versatilidad, belleza en su sonoridad y facilidad para llevarla con nosotros a todos lados ese es, sin duda, la flauta. Y es que, en los últimos años, parece que asistimos a un merecido rescate de su peculiar sonido, que muchos parecíamos haber reducido temporalmente a la clase de música de cualquier colegio.
La flauta dulce —conocida también como flauta de pico— nació allá por el siglo XVII, cuando otro modelo de este instrumento sufrió una serie de modificaciones para hacerla mucho más sonora. Desde entonces, con su timbre azucarado y tesituras más amplias, se ha convertido en un instrumento ideal para enseñar y para aprender, por cuanto sus posibilidades son casi infinitas.
Y aunque en el imaginario popular solo tengamos en mente la típica color marfil, la soprano, lo cierto es que este instrumento musical tiene alrededor de diez variedades que dependen directamente de sus escalas, su sonoridad o incluso su tamaño.
Como en todo, su aprendizaje requiere práctica diaria, pero una vez el estudiante conoce con soltura la pulsación de los agujeros, el instrumento genera sin apenas esfuerzo un sonido dulce, evocador casi de paisajes oníricos y hasta casi pretéritos.
Y es que desde tiempos remotos el ser humano ha generado música haciendo vibrar el aire a través de tubos, cilindros u oquedades, pero la aparición de la flauta dio un nuevo concepto sonoro a las canciones de otro tiempo, empezando por los juglares que iban de pueblo en pueblo, pasando por las cameratas que tanto gustaban en las cortes europeas hasta terminar en las orquestas sinfónicas, donde ocupan un espacio importantísimo, casi fundamental.
La flauta dulce se generalizó incluso a nivel amateur cuando los materiales para su fabricación se abarataron. Si bien en un principio ésta estaba hecha de maderas más o menos nobles, la aparición del plástico y la adaptación del sonido al nuevo material se hizo de un modo absolutamente natural. Hoy, también podemos disfrutar de gran número de colores.
Y, aunque poca gente lo sabe, la flauta permite modificar la afinación de modo muy sencillo: separando un poco el cuerpo —el cilindro en el que están los agujeros— de la cabeza. Esta variación en su morfología incide directamente en el hecho de que también el instrumento puede adaptarse en su disposición a quien quiera aprender a tocarla. Otros instrumentos no tienen tanta flexibilidad.
Por si todo esto fuera poco, el mantenimiento de la flauta dulce no solo es sencillo, también barato. Basta con desmontar el instrumento y pasar un bastoncillo tanto por el cilindro central como por el segmento a través del cual se sopla para quitar residuos de saliva y, sin ningún problema, el instrumento está listo para dar lo mejor de sí mismo.
Evidentemente, si nos circunscribimos al aspecto de precio, el abanico es amplio. Podemos encontrarlas realmente económicas en cualquier tienda de música hasta de precios algo más elevados si estamos buscando una variante concreta para nuestras necesidades.
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