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El 7 de octubre de 2023, el grupo islamista palestino Hamás lanzó una ofensiva sorpresa contra Israel desde la Franja de Gaza. Este ataque, que incluyó el disparo de miles de cohetes y la infiltración de combatientes en territorio israelí, fue considerado uno de los más letales en décadas y dio inicio a una escalada sin precedentes en el conflicto entre israelíes y palestinos. El gobierno israelí, encabezado por Benjamin Netanyahu, respondió con una serie de bombardeos intensivos sobre Gaza, con el objetivo de desmantelar la infraestructura militar de Hamás y otros grupos armados en el enclave.

El ataque inicial de Hamás causó una gran cantidad de bajas civiles en Israel, y la represalia israelí en Gaza resultó en la devastación de áreas urbanas densamente pobladas. Miles de palestinos murieron o resultaron heridos, y cientos de miles más fueron desplazados de sus hogares. La destrucción de hospitales, escuelas y edificios residenciales generó una crisis humanitaria en Gaza, con cortes en los suministros de agua, electricidad y medicamentos. Organizaciones internacionales expresaron su preocupación por el elevado número de víctimas civiles y las condiciones extremas a las que se enfrentaban los habitantes de la Franja.

Simultáneamente, el conflicto se extendió hacia el norte, involucrando a Líbano. El grupo Hezbollah, respaldado por Irán y con fuerte presencia en el sur de Líbano, lanzó ataques contra posiciones israelíes en la frontera, lo que provocó una respuesta militar de Israel. Los enfrentamientos entre Israel y Hezbollah se mantuvieron limitados en comparación con la devastación en Gaza, pero el riesgo de una escalada a gran escala en esa frontera fue motivo de gran preocupación internacional.

Las acciones militares de Israel estuvieron acompañadas por una intensa operación terrestre en Gaza, donde las fuerzas israelíes buscaron eliminar a los líderes y combatientes de Hamás. La operación fue recibida con críticas globales debido a la magnitud de los daños colaterales en la población civil, y diversas protestas se realizaron en varias ciudades del mundo exigiendo el cese de las hostilidades.

A lo largo de este periodo, los esfuerzos diplomáticos para detener la violencia fueron infructuosos. Egipto y Catar jugaron un papel crucial en intentar mediar un alto el fuego entre Israel y Hamás, pero las tensiones políticas internas en ambos lados dificultaron cualquier acuerdo duradero. Israel insistía en la eliminación total de la capacidad militar de Hamás, mientras que el grupo palestino demandaba el fin del bloqueo israelí sobre Gaza y la liberación de prisioneros.

La guerra en su primer año ha tenido efectos profundos en la política interna israelí, así como en la vida cotidiana de los palestinos. En Israel, el conflicto agudizó las divisiones políticas, con fuertes críticas hacia el manejo de la crisis por parte de Netanyahu. En Gaza, la población, que ya enfrentaba una situación económica y social extremadamente difícil antes de la guerra, quedó sumida en una crisis aún más grave.

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